domingo, 3 de febrero de 2013

PERSPECTIVAS



CAPITULO  I

El despertador sonó a las siete, como cada mañana, pero ese día simplemente lo pare y seguí durmiendo. No me apetecía ir a trabajar.

Desperté sobre la diez y media y sabia  que tendría que estar trabajando, pero es que simplemente no me importaba y no me apetecía ir. Ni por un momento pensé en que necesitara el trabajo, en llamar para excusarme o simplemente inventarme alguna excusa de por que no había ido. Era solo que no me importaban las consecuencias.

Fui a prepararme el desayuno, y en la puerta de la nevera estaban los resultados de la analítica que me había hecho unos días antes.  Decía que tenía el colesterol  demasiado alto y que tenía que hacer régimen, pero aunque lo leí mientras habría el frigorífico, mi desayuno consto en huevos fritos con jamón, un par de tostadas con nocilla de segundo y un café con leche.

Recuerdo calentar la leche para el café y ¿como comprobé si la leche estaba lo bastante caliente?: simplemente metí el dedo en el cazo. SI, estaba caliente, demasiado caliente. Me abrase el dedo, pero me pareció la manera mas rápida de saber la temperatura.  Mientras me ponía una pomada analgésica en la mano, pensé en la estupidez que había hecho y en como era posible que no hubiera previsto lo que podía pasar.

Después de desayunar me asome a la ventana de mi piso a fumarme un cigarrillo del paquete que tenia en la mesita, el cual hacia año y medio que no tocaba. No me importaba fumar. Allí asomado, vi que se me había caído una pinza de tender, estaba en la chapa de aluminio que pusieron encima de cada ventana en la ultima reforma del edificio, y que servia de tejadillo para la ventana. Decidí recuperarla, así que salte de mi ventana y camine por esa chapa para recuperarla. Querría comentar que vivo en un séptimo, pero me pareció que esa pinza era mía y que debía recuperarla. Así que simplemente la recogí, volví a entrar en mi casa y la coloque en su sitio. Misión cumplida.

También pensé en el tema del trabajo. Era plenamente consciente de que necesitaba el trabajo, de que tenia deudas que pagar, de que no esta la cosa para ir faltando al curro…
Pero es que simplemente: no me apetecía.

Bastante confundido, quise salir a la calle a que me diera el aire. Quizás un poco de sol en la cara me espabilara.

Cruce la carretera obligando a dos coches a frenar de golpe, pitarme e insultarme con bastante afán. No me di cuenta de que estaba en pijama y zapatillas hasta que un hombre paso a mi lado llamándome loco. Y al pasar la lado de una muchacha muy guapa, simplemente levante las manos y le agarre las tetas, lo que me costo una enorme retahíla  de insultos y que me cruzaran la cara.

Me quede quieto, y me senté. Donde estaba. Eso fue en medio de la acera, apoyado en un árbol. Intentaba entender mi comportamiento, que diferencia había entre como me había acostado, como una persona normal y me había levantado como alguien que no tenia en cuenta las consecuencias de sus actos…
¡Eso es! ¡Ahí estaba la cosa! Era consciente de las posibles consecuencias de mis actos, pero solo después de hacerlos, no las predecía, no me planteaba que podía pasar.

No tenía miedo.

El sentimiento de miedo no estaba en mi cabeza. Cuando se piensa en el miedo, se piensa en  el pánico, en el miedo atroz que te paraliza por estar en un sitio alto, o en un sitio cerrado, o delante de un loco con un cuchillo. Pero el miedo y la prudencia van muy de la mano. Cruce sin mirar porque no tenía miedo de que me atropellaran. Manosee a aquella chica porque no tenía miedo a las represalias, y estaba sentado en pijama y zapatillas en medio de la calle porque no tenía ningún miedo a lo que la gente pudiera decir de mí.
Vale, tenia claro lo que me pasaba. ¿Y ahora, que?

La parte buena es que, al carecer de miedo no pude entrar en shock y no tuve el más mínimo problema en tratar este curioso caso que me acontecía con la mayor sangre fría.

Lo principal: supervivencia. No me daba miedo la muerte, pero no me apetecía morirme. Así que tenia que tener presente todas las acciones cotidianas que podían resultar peligrosas, como por ejemplo cruzar la calle sin mirar, o salir a caminar por una fina chapa, por recuperar una pinza.

Decidí que lo mejor por el momento seria volver a casa.